Hace ya alrededor de unos seis
meses, me tuve que ir de viaje a Nueva York a causa de mi trabajo. Me fui con
muchas ganas, ya que quería conocer esa ciudad. Pero cuando entré en el avión,
una rara sensación atravesaba mi cuerpo a cada segundo; era como un mal
presagio. No tenía miedo a volar pues ya había viajado muchas más veces en
avión, pero nunca me había sentido así. Miré a mi alrededor y todo era normal,
hasta que mi mirada se cruzó con la de un hombre de unos cincuenta años que me
miraba fijamente. Su mirada no me transmitía nada salvo miedo; me aterraba.
Intenté no pensar en ello y el resto del vuelo fue tranquilo.
Llegué al aeropuerto y todo fue bien. Una vez
en la ciudad me puse a buscar mi hotel, pero me confundí de camino y entré en
un barrio gris y frío lleno de gente que te miraba con desconfianza. La
sensación de estar allí era horrible. De repente, me encontré en una calle sin
salida y alguien por detrás de mí me tapó la boca con un pañuelo. A partir de
ese momento no recuerdo absolutamente nada. Sólo sé que me desperté en algo
parecido a un sótano muy tenebroso y sucio, amordazada y con las manos atadas.
No sé describir la sensación de estar allí sin saber ni siquiera cómo había
llegado; sólo sentía miedo.
Pasaron horas y horas hasta que
un hombre con el rostro cubierto por completo salvo los ojos me trajo comida.
Era una sopa de un color verde asqueroso. No probé bocado, a saber qué era eso.
El hombre volvió y al ver que no me la había comido me pegó un puñetazo en la
cara y me metió en la boca dos pastillas; se las escupí en la cara e intentó forzarme
para que las tomase. Al ver que no me las tragaba, me agarro del brazo muy
fuerte y me inyectó algo con una jeringuilla que llevaba en la otra mano. Me
desmayé al instante y cuando me desperté estaba encima de una camilla atada de
pies y manos y completamente sola en una sala parecida a ese sótano, pero era
un quirófano.
Escrito por Alba González Prendes de 4º ESO
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